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SUEÑOS HÚMEDOS

 

De empopada —orejas de burro— aprovecha el viento, que lo acerca subido en la última ola del ocaso, por fin, a la orilla.

Ya no le quedaban fuerzas. Casi a la deriva, ciego y seco de tanta luz, se guiaba por el instinto y por todo lo aprendido. El horizonte limpio no daba aliento alguno, tampoco el fondo invisible animaba demasiado, y la sensación de pasar por el mismo sitio por enésima vez recorría su cuerpo.

«¿Merece la pena tanto esfuerzo? ¿Cuál será la recompensa? ¿¡Qué cojones hago aquí!?», pensaba de continuo sin dejar de mirar la veleta, ceñido a su nave como parte de ella, asido a la caña, corrigiendo el rumbo incierto, pendiente de una trasluchada involuntaria.

«Quiero ser una ameba, permanecer ahí abajo, mojado, sin pulmones ni cerebro. Dejarme arrastrar con la única pretensión de recibir nutrientes. Dividir mi citoplasma por mitosis asexual, sin estrategia alguna, sin roces ni sufrimiento».

La orilla no es la meta, tampoco el principio de algo. Él sigue pensando que antes o después llegará, que el cielo está en la tierra. Una puerta, una esquina, quizá un golpe de viento dará paso al Jardín del Edén, que lleva anhelando desde tiempo inmemorial.

Pobre niño asustado, pobre idiota que no comprendes que tus sueños se han cumplido, que no tienes que llegar a ningún sitio, que hace mucho que eres un hombre, y que te queremos.

Jaime Sabater Perales

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